La Paradoja del Cero y el Uno

El Condicionamiento Geo-Social: Una Paradoja de la Estabilidad Planetaria

El planeta Tierra, si se le examinaba con la fría y desapasionada lente del sociólogo, no era más que un Sistema de Regulación extraordinariamente sofisticado. Se le podría considerar el más vasto y complejo de los Laboratorios Globales jamás concebidos. Su verdadero Sistema Operativo, el Kernel que garantizaba la tan cacareada "Comunidad, Identidad, Estabilidad" a escala cósmica, no residía en las geofísicas primarias, sino en la sutil manipulación de la psique humana.

El BIOS-Gaia del cual se hablaba con supersticiosa reverencia no era magma hirviente, sino el Condicionamiento Hipnopédico masivo, susurrado a través de las frecuencias bajas del miedo, la avaricia y el confort. Era la perfecta eliminación del conflicto a través de la saturación sensorial y la promesa de una felicidad permanente y totalmente desprovista de significado.

Los seres humanos, lejos de ser usuarios rebeldes, eran los productos terminales de un eficiente proceso de Bokanovskificación Social. Novecientos sesenta millones de Alfas, Betas, Gammas y los incansables, uniformes Epsilones, cada uno programado genéticamente (y sobre todo, sugestivamente) para amar su inevitable destino. Una producción en serie de identidades funcionales: el obrero del arado, el burócrata de la nube, el celebrante de la trivialidad.

La Naturaleza, en sí misma, había sido desterrada de su anterior estatus místico para convertirse en un Recurso Programable. El ciclo del carbono era una ecuación optimizada; el clima, un algoritmo a ser ajustado, ocasionalmente, para mantener un nivel óptimo de ansiedad controlada, necesaria para estimular el consumo masivo de novedades y, por supuesto, de Soma (la panacea farmacológica para cualquier brote de pensamiento o emoción superflua).

El gran triunfo de este Sistema Operativo no era su poder de represión (la coacción abierta es inherentemente inestable), sino su capacidad para eliminar el deseo de libertad. Nadie anhelaba la filosofía; nadie sufría la angustia de la lucidez. ¿Para qué, cuando la última pastilla de placer sintético (o la última app de distracción inane) podía borrar la incómoda realidad de ser un individuo?

Así, el planeta giraba, perfectamente calibrado, sobre su eje de conformidad. El Sistema Operativo Tierra funcionaba con una eficiencia aterradora: la ciencia se había convertido en sierva de la estabilidad, el arte había sido reemplazado por el entretenimiento estandarizado, y la humanidad, felizmente esclavizada a sus propios deseos condicionados, vivía la vida diseñada por otros. Era, en esencia, un Mundo Feliz a escala planetaria, donde el costo de la armonía era la abolición total del alma.