La Textura de la Nada 2 (texto plano)
Ah, mirá vos. El texto plano. Siempre fue un tema peliagudo, ¿no es cierto? Una de esas cosas que te dejan con el gesto a medio hacer, como si hubieras estado a punto de decir algo genial y de golpe se te hubiera caído el barrilete. No es que el texto fuera malo, no. El plano, digamos, tiene su... su honestidad brutal, qué sé yo. Pero ahí está el asunto, justo ahí, donde el plano se empecina en ser solo eso, plano.
Vos te sentás, ponés los dedos sobre el teclado —esas teclas que suenan a destiempo, a máquina de escribir vieja, ¿te das cuenta?— y esperás el clic, el salto, la irrupción de otra cosa. Pero no. El texto plano es como un piano sin octavas, un tango sin bandoneón, un rayuela sin la casilla nueve, la del Cielo, bah.
Y claro, a mí me pasa, me despasa, que busco la voluta, la curva de la tipografía que te guiña un ojo, la bastardilla con un poco de picardía, esa cursiva que parece haber salido corriendo de la página. Pero el Texto Plano no negocia. Es un muro sin graffiti, una pared blanca en un cuarto de hospital.
Me daba por copiar cosas. Agarraba un párrafo de no sé dónde, una carta de amor apócrifa, un fragmento de guía telefónica, y lo metía en ese formato. El Texto Plano actuaba como un disolvente, ¿entendés? Le quitaba el color, la gracia, el swing. Lo dejaba en calzoncillos, temblando de frío.
¿Viste cuando estás en un café, un café cualquiera en una calle cualquiera de París o de donde sea, y de pronto la lluvia empieza a caer y vos mirás las gotas deslizarse por el vidrio? Bueno, la tipografía enriquecida es la gota que se tuerce, que hace su propia geografía. El Texto Plano, en cambio, es el cristal mismo: transparente, frío, una pura superficie de no-ser.
Me pregunto a veces si la verdadera historia no está justamente en lo que el Texto Plano omite. Si cada salto de línea no es en realidad un zapping, un cambio brusco de canal que nos lleva a otra dimensión donde la "a" por fin se rebela y se convierte en una mandrágora o en el ojo de un cíclope.
Porque, a ver, vos mirás: pan duro. el que encuentres.
¡Pero, carajo, eso es un llamado a la aventura! Si fuera una fuente más gordita, más seria, ya sabrías que tenés que buscar la baguette de anteayer. Pero en ese formato austero, de golpe se te abre el universo entero: ¿es el pan duro de tu infancia, el que mojabas en la leche? ¿Es el pan duro de la revolución, el que se come con la dignidad a cuestas?
El Texto Plano es una trampa zen, un espejo donde lo único que ves es la ausencia de tu propio reflejo tipográfico. Te obliga a inventar el jazz en tu cabeza, a meter el cronopio dentro del código ASCII. Y eso, compañero, cansa. Pero también te deja la puerta abierta. La posibilidad de que el próximo renglón, así, sin aviso, se convierta en un portal, en un túnel que te lleve a una rayuela donde el Cielo está al alcance del pie, si es que todavía tenés ganas de saltar.
Mientras tanto, tecleo esto, sabiendo que en el fondo, en el fondo del todo, estoy jugando a que esto es una partitura, y que en algún momento, un poco de swing tiene que filtrarse por las grietas del formato. Si no, ¿para qué seguir, che?
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